Comienza una serie de artículos sobre el pensamiento social del Papa
Presentación del proyecto “El pensamiento del Papa Francisco: un lenguaje para el siglo XXI”
Deseo con estas líneas introducir las venideras publicaciones que se realizarán en el marco del proyecto “El pensamiento del Papa Francisco: un lenguaje para el siglo XXI”. Agradezco, de corazón, la tarea que para tal fin han asumido miembros de la Comisión de Pastoral Social de la Arquidiócesis de Bahía Blanca.
La dimensión social del anuncio del Evangelio
Alguien podría llegar a preguntarse por qué la Iglesia aborda temáticas referidas a la cuestión social (burdamente hablando, podrían decir algunos por qué “se mete”), como si “lo privado”, “lo individual”, fuera el ámbito propio y exclusivo del quehacer de la comunidad cristiana.
El Papa Pablo VI nos decía que “la Iglesia existe para evangelizar” (Evangelii Nuntiandi, 14). Y el centro, corazón y culmen de ese anuncio es el kerygma, el primer anuncio, que “tiene un contenido ineludiblemente social (porque) en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros” (Francisco. Evangelii Gaudium, 177). Anuncio y promoción humana se implican y reclaman mutuamente.
Esta dimensión social del anuncio del Evangelio se deriva, básicamente, de dos verdades profundas de nuestra fe cristiana. En primer lugar, la Ley de la Encarnación: afirmamos que “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14), que el Hijo de Dios asumió y redimió todo lo nuestro. Esto significa que todo lo humano es también cuestión concerniente al anuncio cristiano, ya que “mediante la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre”, como ha enseñado el Concilio (Gaudium et Spes, 22). En segundo lugar sabemos que nos salvamos en comunidad, nadie se salva solo. Porque Dios no nos redime aisladamente sino vinculándonos, formando un Pueblo, dado que quiere redimir “también las relaciones sociales entre los hombres” (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 52).
Tradición, continuidad y renovación
Señalemos las notas de continuidad y renovación que se observan entre el magisterio de Francisco y los pontífices anteriores sobre esta materia. Es evidente que hay una “singularidad” – “novedad”, don de Dios, en su persona (es el primer Papa de América Latina, traído del “fin del mundo”, como él mismo lo dijo al ser elegido). Es evidente que tiene acentos, estilos y puntos de interés que son propios. Y eso es muy bueno. Lo que no podemos permitirnos es hacer –o dejar que otros hagan y nosotros, como papagayos, repetir hasta el cansancio- una disrupción, una discontinuidad con la Tradición de la Iglesia, llevando casi al nivel de una caricatura esa singularidad propia en su pontificado. Dice cosas nuevas, en un contexto nuevo, pero no anuncia una verdad distinta. Con razón explicaba Juan XXIII en la apertura del Concilio Vaticano II que “es preciso que esta doctrina auténtica se estudie y se exponga según los métodos de investigación y la presentación que utilizó el pensamiento moderno. Porque una cosa es la substancia del depósito de la fe y otra la formulación con que se la reviste; hay que tener en cuenta esta distinción –con paciencia si es necesario-, midiéndolo todo según las fórmulas y exigencias de un Magisterio con carácter prevalentemente pastoral” (Gaudium Mater Ecclessia, 11/10/1962).
Francisco continua una rica tradición de enseñanza social que tiene, sin dudas, en la “Rerum novarum” de León XIII (1891), primera encíclica social, un hito determinante. El Magisterio social no es una “moda” de un Papa, ni tampoco –más bien, al contrario- un corrimiento del “eje” de las ocupaciones. La enseñanza social de la Iglesia es parte constitutiva, y necesaria, de la Teología Moral.
Vemos que el Papa aborda con frecuencia (en las catequesis, alocuciones, discursos, o con más desarrollo y sistematización en las encíclicas) la cuestión social. Habla de economía, y del “fetichismo del dinero”, con el mismo tono con que Pío XI en 1931 denunciaba los efectos generados por el “imperialismo internacional del dinero” (Quadragesimo Anno) y Pablo VI reprobaba esos abusos y recordaba que “la economía está al servicio del hombre” (Populorum Progressio, 26). Habla de la cuestión del trabajo (Fratelli Tutti, 162; Laudato Si, 128) profundizando la doctrina que ya esbozaban León XIII al pedir pedía que los trabajadores pudieran participar justamente de la creciente prosperidad económica (cf. Rerum Novarum, 15),o Juan Pablo II al afirmar “el principio de la prioridad del trabajo frente al capital” (Laborem Excersens, 6). Por último, y referido a la siempre delicada y necesaria cuestión del destino universal de los bienes, el Papa Francisco alienta a “reponer la función social de la propiedad” (Fratelli Tutti, 118), recordando con palabras de sus antecesores que “la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social” de la misma (Juan Pablo II. Centessimus Annus, 31; cf. Pablo VI, “Populorum Progressio”, 23).
Fidelidad a la Iglesia, fidelidad a sí mismo.
Si es cierto que en Francisco hay una “novedad” en comunión con la enseñanza anterior, también lo es que hay una verdadera “continuidad” –coherencia- consigo mismo. El Santo Padre no imposta ni copia, sino que sigue enseñando (con palabras, y especialmente con gestos) del mismo modo que lo hizo como Provincial Jesuita y como Arzobispo porteño. El no cambió, pero se volvió universal su auditorio.
Así, por ejemplo, cuando en Lampedusa –julio de 2013, primer viaje fuera del Vaticnao- se duela por la muerte de tantos migrantes náufragos y la indiferencia mundial ante este drama, dirá que somos una sociedad que no sabe llorar su indiferencia y crueldad. Es el mismo simbolismo usado por el Card. Bergolgio en Buenos Aires cuando decía a los familiares de las víctimas de Cromagnon “venimos a llorar por nuestra ciudad que no llora todavía. Esta ciudad vanidosa, casquivana y coimera que maquilla las heridas de sus hijos y no las cura” (30 de diciembre de 2009).
En otro orden, el Papa que para “indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (EG 1) nos ha regalado algunos principios para la convivencia social, estará recordando lo que 40 años antes decía como Provincial jesuita en febrero de 1974: “los grandes criterios para conducir los procesos (son): la unidad es superior al conflicto, el todo es superior a la parte, el tiempo es superior al espacio. Ellos han de inspirar nuestro trabajo”. A ellos, añadirá más tarde: “la realidad es superior a la idea” (EG, 231).
“¡No teman, abran las puertas!”
En el día de su memoria, recordemos las palabras de Juan Pablo II al inicio de su pontificado, el 22 de octubre de 1978: “¡No teman! ¡Abran, más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo! ¡Abran a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de la civilización y del desarrollo. ¡No tengan miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!”. Invocando su intercesión, los invito a abrir nuestro corazón, espíritu y mente, para acoger con gratitud y confianza estos sencillos aportes a la enseñanza del actual sucesor de Pedro que nos invita y convoca a gestar “un mundo abierto”, un mundo marcadamente fraterno al recordarnos que somos “fratelli tutti”.
Pedro Fournau
Asesor de la Comisión de Pastoral Social
22 de octubre de 2020