Síntesis diocesana para el sínodo de la sinodalidad – «Comunión, participación y misión»

Para aproximarnos a este texto, reflejo de la reflexión en torno al camino sinodal de nuestra Arquidiócesis, los invitamos a leerlo y meditarlo teniendo en cuenta estas preguntas:

  • ¿Qué dice?
  • ¿Qué ME dice?
  • ¿Qué NOS dice como movimiento, comunidad, parroquia, pastoral, Arquidiócesis?

No para enviar respuestas, sino para seguir andando en este camino sinodal. Es importante también difundirlo, que llegue a todo el pueblo fiel.

  1. INTRODUCCIÓN

Parece conveniente, en beneficio de una mejor comprensión del proceso que se narra, hacer una brevísima contextualización de nuestra Iglesia particular.

La Arquidiócesis de Bahía Blanca comprende en su amplia extensión (82.625 km2) 17 distritos del sudoeste de la Provincia de Buenos Aires. Existen 55 parroquias, y hay un total de 67 sacerdotes (Arzobispo y Obispo Auxiliar; dos Obispos Eméritos; 48 presbíteros del clero diocesano; 15 religiosos). Tiene una población de aproximadamente 800.000 habitantes (a la espera de los datos actualizados tras el reciente CENSO NACIONAL 18.5.2022), que se halla distribuida en torno a dos realidades que configuran su dinámica social, laboral, económica, y de ese modo diversifican también la vida pastoral de las comunidades: por un lado, una gran concentración en la misma ciudad de Bahía Blanca (superando los 300.000 habitantes); por el otro, en la amplia geografía de la región se distribuye la población en ciudades medianas o pequeñas, e incluso en la misma zona rural. Los extremos norte (Daireaux), este (San Cayetano) y sur (Carmen de Patagones) de la diócesis, cada uno de ellos a 300 km de la ciudad de Bahía Blanca (geográficamente, en el “centro” de la misma), dan cuenta de su extensión.

Estas características configuran las diversas realidades locales en las cuales se ha realizado el proceso de consulta diocesana camino al “Sínodo sobre la Sinodalidad” (previsto para octubre de 2023).

II. EL PROCESO DE CONSULTA

A la pregunta sobre qué pasos se han dado en el camino sinodal dentro de la propia diócesis, podemos responder distinguiendo entre los pasos “remotos” y los “inmediatos”.

En un sentido amplio, vemos como pasos remotos conducentes al actual camino sinodal la preparación y celebración en la Arquidiócesis de la gran “Asamblea del Pueblo de Dios” (1996), y las consecuentes “Líneas Pastorales” (1997). Luego de Aparecida (2007), hemos venido realizando (cada año, o año por medio) nuestros “Encuentros Pastorales Arquidiocesanos”. Estos encuentros han tenido su instancia de preparación y proyección en los sucesivos “Encuentros Pastorales Zonales” (los años en que no se realiza el arquidiocesano, celebramos un encuentro regional en cada zona pastoral: norte, centro, sur y este). Como valoración positiva de estos encuentros podemos señalar la creciente conciencia de pertenencia a una Iglesia cuya realidad es supra parroquial, los espacios de escucha que se generan, y la maduración del laicado en la conciencia de ser protagonistas responsables en la evangelización (la escasez de sacerdotes y el surgimiento de vocaciones al diaconado permanente, de algún modo, han abonado esa conciencia). 

Si nos referimos a los pasos inmediatos que se han dado hacia el Sínodo, no cabe duda que el proceso de escucha generado para la celebración de la “Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe (2021)” ha sido una instancia particularmente significativa, también por la afinidad (metodológica, intencional, temática) con el “Sínodo sobre la Sinodalidad”. En el contexto de la pandemia del Covid-19, significó un gran esfuerzo de las comunidades la animación y participación en la misma. Se elaboraron materiales de difusión, se realizaron formularios diversificados (realidades pastorales) en papel o formatos digitales (cuestionarios Google form). Se realizaron encuentros virtuales con laicos referentes de toda la Arquidiócesis, y finalmente se elaboró una síntesis narrativa del proceso de escucha diocesano. Como apreciación de ese período, más allá de los temas enunciados y jerarquizados en la escucha, percibimos la dificultad que se originó cuando este proceso de consulta estuvo centrado y dependiente de la persona del párroco, y en cambio la agilidad y riqueza cuando esa animación fue compartida o asumida por los laicos.

El Sínodo fue -de algún modo- “lanzado” en nuestra Iglesia diocesana con la celebración eucarística celebrada por nuestro Arzobispo, Fray Carlos A. Azpiroz Costa OP, el domingo siguiente a la apertura del Sínodo que hizo el Papa (10/10/2021) en uno de los lugares más “periféricos” de la Arquidiócesis: Villalonga. Posteriormente se presentó a todo el clero (Santuario de “Nuestra Señora de Luján en las Sierras”, Saavedra; noviembre 2021) la propuesta del Sínodo y el material de difusión elaborado para tal fin. En esa ocasión, instaron nuestros pastores a la difusión y animación del proceso sinodal en las comunidades. En ese sentido, en la carta pastoral a todo el Pueblo de Dios “Soñando con San José” (8.12.2021) [eco de la carta “Soñemos juntos” del 20.02.2020] el Arzobispo invitó a asumir – “priorizando sin excluir”- los 10 desafíos que legó la Asamblea Eclesial, y a participar del proceso sinodal. A inicios de este año, el Consejo Pastoral Arquidiocesano resolvió que la participación en la instancia local de la consulta realizada para el Sínodo fuera mediante la realización, pasada la Pascua, de tres encuentros pastorales en distintas regiones de nuestra Arquidiócesis. Como espacio de preparación y discernimiento hacia esos encuentros, se elaboró una cartilla diocesana que fue difundida en todas las comunidades. Esa difusión tomó varias formas: mediante la publicación en los medios digitales de la Arquidiócesis, reuniones virtuales con referentes de las parroquias/capillas y movimientos, y a través de cada párroco a sus comunidades. La misma invitaba a realizar en cada comunidad local dos encuentros desarrollando la propuesta, los contenidos y las preguntas del Sínodo, y los frutos de esos trabajos serían llevados por los delegados a los Encuentros Zonales. Las apreciaciones que aquí expresamos sobre la “pregunta fundamental” y los diez ejes temáticos derivados son recepciones de dichos encuentros pastorales zonales.

A la pregunta sobre qué porcentaje de la población ha participado de una forma u otra, señalamos que ese dato es muy difícil de cuantificar. Podemos expresar que en el proceso de escucha de la Asamblea Eclesial se recepcionaron un total de 246 encuestas, de las cuales la mayoría eran individuales y unas 15 grupales (colegios, movimientos, áreas, parroquias, etc.). En lo que refiere a la consulta del Sínodo, no podemos decir cuántos se fueron reuniendo en cada comunidad para trabajar la cartilla diocesana y el documento de trabajo. Sí podemos mencionar que en los Encuentros pastorales Zonales han participado unas 200 personas (aproximadamente 70 en cada uno de ellos) delegadas de sus comunidades.

Respecto a la consulta sobre qué se ha hecho para involucrar el mayor número posible de participantes y llegar a las periferias, observamos que no pocas veces ha presentado dificultad la animación y motivación para la participación en estas propuestas (la escucha de la Asamblea Eclesial y la consulta sinodal). Se percibe la voluntad y el deseo de encontrarse, se valora muy positivamente la posibilidad de expresarse, y se celebra la posibilidad de realizar nuevamente encuentros eclesiales presenciales. Aun así, se constata un cierto desánimo o desinterés en miembros de nuestras comunidades (llamativamente, en algunos que participan siempre en servicios o liturgias; sorprendentemente, algunos no tan “metidos” se han alegrado y entusiasmado de modo particular con la propuesta); o también el grado de compromiso en algunos casos de los ministros no ha ayudado suficientemente a la difusión y participación. En ese orden, aún cuando observamos que ha sido nutrida la participación en los encuentros pastorales para la consulta sinodal, queda la certeza de que somos mayoritariamente “los de siempre”, que no hemos podido convocar o escuchar a los que habitualmente no son escuchados. 

En relación a la pregunta de si algún grupo no ha participado en el proceso, decimos que la voz o la reflexión de las instituciones educativas católicas o escuelas parroquiales no resulta tan significativa en la cantidad sobre el total o en la participación de los Encuentros Zonales, de manera que la participación asoma escasa en el proceso de consulta.

El Equipo de “Pastoral de las Periferias”, por propia iniciativa, ha estado trabajando inclusive desde antes de la preparación y difusión de la Cartilla, manteniendo encuentros de reflexión y escucha. Fruto de ese trabajo, muchas personas fueron escuchadas y participaron del Encuentro Pastoral de Zona Centro. Sigue latiendo la pregunta de cómo llegar a la consulta y escucha de quienes están en la periferia o son asistidos por otras confesiones.

Algunos asistentes a los Encuentros Zonales (presenciales) no participaron en el proceso de consulta previo. Esto demuestra por un lado el interés de participar de los laicos y, por el otro, la ausencia previa de preparación, información, animación y discernimiento a nivel local (de cada parroquia, capilla, movimiento). 

  1. RECOPILACIÓN DE EXPERIENCIAS

La recopilación de las experiencias compartidas por cada comunidad, ya sea en los encuentros con sus representantes y/o en las memorias escritas y volcadas en este resumen, se ha realizado con mucho respeto y responsabilidad, buscando mantener la esencia de lo expresado con la mayor objetividad. Hemos implorado el don del Espíritu y hemos sentido un “santo temor” al tener delante tanta vida y tantos anhelos de nuestro Pueblo fiel. La agrupación por ejes temáticos procura la compilación de sentires con similar enfoque, aunque no representan necesariamente un común denominador de todos los trabajos ni el orden de escritura implica priorización alguna.

Si bien en los Encuentros Zonales el énfasis estuvo puesto en los temas propuestos en la cartilla, para la redacción de esta síntesis se ha priorizado el contenido del proceso de escucha de esas voces, tanto de los Encuentros Zonales como lo aportado en las memorias escritas de cada parroquia, comunidad o movimiento. Los textos en cursiva reproducen textualmente lo expresado en las memorias escritas y/o en los afiches conclusivos de cada uno de los Encuentros PAstorales.

Fortalezas y Consuelos

La experiencia de sinodalidad tiene su base en expresiones que se asemejan a la religiosidad popular, que recoge tanto sentimientos humanos como de sentido trascendente. Estamos convencidos que la sinodalidad comienza con un gesto cargado fuertemente de ternura.

El proceso de la consulta sinodal (en algunos casos presenciales, en otros virtuales y en varios ambas) y el tener que reflexionar y responder las preguntas, fue de por sí un enriquecimiento para algunas comunidades apagadas. La mayoría de los participantes sienten el llamado a ser comunidad, a salir del molde, dándose cuenta que es la oportunidad de cambiar. Ha permitido a las comunidades “pensarse” y ver qué sucede dentro de cada una de las pastorales.

Los miembros de las comunidades coinciden en la importancia de transmitir y contagiar la experiencia de la fe y del encuentro con el Señor por sobre la enseñanza de conocimientos.

El tiempo en el que se dio la consulta (coincidente con el tiempo pascual) ha sido providencial: Cristo hace nuevas todas las cosas, no las remienda ni las emparcha para que tiren un poco más. Las hace nuevas completamente.

En cuanto al diálogo con otras religiones, la Iglesia parece haber avanzado claramente a comparación de un tiempo atrás: hoy es más viable la construcción del vínculo ecuménico o interreligioso. Hay buenas experiencias con iglesias evangélicas en tratamiento de temas como el aborto y en la asistencia social (por ej., la entrega de bolsones). Las relaciones con integrantes de otras confesiones religiosas son de respeto y tolerancia.

Al ser bautizados, los laicos adquieren el derecho de ser sujetos activos de la evangelización y a partir de allí, recorrer juntos el camino del proceso de escucha, diálogo, discernimiento y participación colectiva. Caminar juntos nos lleva a encontrarnos como comunidad y comunicarnos diversas experiencias, en las que  se comparte la alegría de la vida en comunión. En ese caminar, escuchamos la voz del Espíritu que nos invita a participar y nos sostenemos en la oración y la lectura de la Palabra.

Las Comunidades Educativas (Colegios) son un ambiente propicio para los procesos de escucha, tolerancia, empatía.  Se disfruta de la celebración de lo diario, de poder hacerlo con la presencia de sacerdotes y laicos, sobre todo cuando los alumnos y los docentes son parte de lo que se celebra.

Existe un serio problema social para fomentar espacios de discernimiento. Nos alegra mucho cuando en la escuela, ante un problema, nos preguntamos: ¿Qué haría Jesús? ¿Dónde estaría hoy ante esto?

Es significativa la participación en el proceso de escucha de mujeres de alto compromiso en actividades sociales y pastorales en los barrios más alejados, que son referentes laicas en su comunidad. Son muchas las personas que viven en silencio su apostolado.

La catequesis familiar es muy fructífera pero los padres no acompañan, aunque los hijos tengan ganas de concurrir. Surge la pregunta sobre cómo adaptarse de modo que se favorezca la participación de los matrimonios jóvenes. En muchos casos los abuelos están más presente que los papás.

Los momentos de oración, y dentro de ellos especialmente los tiempos y espacios para la Adoración Eucarística y el rezo del Rosario presentes en muchas comunidades, se reconocen como de gran importancia y se mantienen a lo largo del tiempo.

Debilidades y Desolaciones

  1. Eje “Diálogo y Escucha”: el desafío de la comunión/comunicación versus el aislamiento autorreferencial
  • Casa adentro (lo que nos pasa en nuestros espacios y comunidades en relación a nosotros mismos)

Muchas comunidades (generalmente las más pequeñas, como las capillas) reconocen que entre sus integrantes hay una buena escucha y diálogo con gran apertura y humildad, mientras que en las comunidades más grandes (como las parroquias, los colegios) se nota una falta de escucha, sea por la falta de tiempo para escuchar y contestar bien o por la falta de diálogo entre distintos grupos de una misma entidad (ver Eje Atomización). Entre grupos y movimientos más pequeños se da de modo más natural, pero hace falta un espacio de escucha y diálogo para toda la comunidad.

Nos hace falta como Iglesia escuchar a quienes piensan diferente a uno. Sobre todo, para nuestros representantes sacerdotes es difícil la escucha verdadera a jóvenes y laicos que muchas veces son excluidos. También los niños necesitan espacios concretos que faciliten atender a sus necesidades (solo tienen su espacio los que van a catequesis). En encuentros de catequesis, se da la oportunidad de la escucha a los padres, escucha que lleva a una Escucha-Abrirse-Dialogar.

Además de los organismos como el Consejo de Asuntos Económicos, la Junta Coordinadora, el Consejo de Pastoral, existe la necesidad de crear y sostener espacios de encuentro y mayor diálogo en torno a la Palabra.

Los sacerdotes tienen el reto de comunicarse más entre ellos. Muchas parroquias tienen poco conocimiento de lo que están viviendo otras comunidades, y tiene que ver con la poca comunicación e interés entre los pastores de dialogar, reconocerse y andar juntos.

  • Casa afuera (nosotros en relación a los demás)

Existe un diálogo y comunicación parcial con instituciones barriales fuera de la Iglesia, como escuelas y sociedades de fomento.

Se identifica poca relación con los medios de comunicación. Como institución muchas veces no logramos decir lo que sentimos y tenemos en el corazón. La Iglesia no tiene cabida con sus mensajes en los canales públicos.

En relación a quines piensan o caminan distinto, muchas veces se los excluye por ello. El caminar juntos debe incluir a todos: incluso a los no bautizados, a los que creen en Dios y lo viven a su manera, y a quienes son dejados afuera (o ellos mismos se autoexcluyen) por situaciones en su vida, separaciones o elecciones sexuales. A veces esa exclusión no se da (orgánicamente) en un grupo, sino en algunos individuos que lo componen.

Las redes sociales facilitan la comunicación, pero nos alejan del encuentro cercano y cara a cara. Falta estar junto al que sufre, que necesita hablar, ser escuchado y comprendido.

En algunos ámbitos docentes se detectan prejuicios y sospechas sobre la Iglesia, pero estos no se expresan por desconfiar en la escucha eclesial (sacerdotes) y por temor a represalias o estigmatización (cuidamos lo que decimos por temor de lo que puedan decir los sacerdotes). La experiencia de varios es que la Iglesia no escucha a quienes piensan distinto. Los laicos sufren esto, y en particular los jóvenes ya que muchas veces son excluidos porque se prejuzga su vida, al no dar acogida a lo que tienen para decir o aportar. 

Las familias ensambladas y los nuevos modelos nos interpelan. Se percibe un temor de familias y docentes a ser juzgados (separados, parejas, nuevas uniones, concubinos, matrimonios igualitarios).

Las voces que no son escuchadas en la iglesia suelen expresarse por otros medios alternativos y mucho más efectivos.

Lo que inhibe a hablar con claridad en la Iglesia o en la sociedad va desde la vergüenza hasta el miedo a equivocarnos o al qué dirán.

  • Eje “Diálogo Interreligioso”: El desafío de la interacción armónica versus el ostracismo

Para algunas comunidades el diálogo con otras religiones es complicado, aunque se reconoce la realización de actividades en conjunto. Dentro de la Iglesia es difícil la escucha y el diálogo con personas de otras religiones.

Las relaciones con los hermanos/as de otras confesiones es de respeto y tolerancia, reconociendo la oportunidad de interacción y los espacios de acción conjunta. Hay buenas experiencias en la actualidad en las que evangélicos y católicos trabajan juntos.

Ni la palabra ecumenismo ni la práctica están presentes en la periferia. Está muy presente la idea de que las otras Iglesias han ocupado lo que la Iglesia Católica no ha acompañado.

Hay coincidencia en que los grupos parroquiales son (somos) individualistas, y que los evangélicos trabajan muy bien la dimensión vincular.

  • Eje “Atomización”:  el desafío de caminar juntos versus el individualismo

Parroquias que anhelan un revivir la participación en comunidad, que permita una mayor cohesión entre grupos que caminan cada uno por su lado o de manera aislada. No existe un aprendizaje en comunidad, cada movimiento se forma de manera particular.

Capillas y movimientos que no están integrados a una comunidad grande, sin comunicación ni conocimiento uno de otros, sin ni siquiera avisarse qué hacen o qué necesitan. En algunos casos, no existen datos ni información de movimientos,  pastorales, ni cuántos integrantes las conforman.

Algunas capillas están muy alejadas, o la parroquia es muy extensa y cada capilla funciona sola; no siempre participan (o son invitadas) a las actividades de la parroquia. Algunos perciben que no son parte de la comunidad parroquial, sino sólo comunidad barrial/de capilla.

En muchas comunidades (y especialmente en el interior de la diócesis) caminan juntos cada uno dentro de su movimiento (o espiritualidad o finalidad), con los que comparten una historia de vida (o una cultura).

  • Eje “Autoridad/coordinación”: el desafío de la corresponsabilidad versus el clericalismo

               En algunas Parroquias se identifican características de participación y de ejercicio de la autoridad del tipo “piramidal”, con alguien que dice qué hacer (Párroco) y otros que ejecutan (Laicos); en varios casos, esa autoridad (Sacerdote) no permite una participación activa. En varias parroquias y capillas se identifica la necesidad de crear (o reflotar) la Junta Coordinadora como elemento eficaz para construir comunidad: había una Junta Coordinadora que se perdió.

Para que las personas (laicas y laicos) se involucren y se sientan interesadas en ayudar, deben ser invitados a participar, a poner en común las decisiones y pensamientos de todos

Las diferencias entre posturas, enfoques y formas de pensar, o hasta los conflictos que afloren, no cuentan con un canal de resolución y consenso; en algunos casos no se están haciendo las reuniones (del Consejo) de Pastoral, ni hay otro ámbito parroquial que permita un diálogo intra e inter institucional de la iglesia con la comunidad.

Hay quienes destacan una mirada predominantemente masculina (sacerdotes, ministros), mientras que las hermanas (monjas, vida consagrada) quedan relegadas a tareas de acompañamiento (salud, educación, contención).

El ejercicio de diálogo y decisión en conjunto existe solo en grupos de fieles (laicos), mientras que la última palabra siempre la tienen aquellos “que están arriba” (Sacerdotes, Obispos, Papa). Necesitamos fomentar la plena participación de la comunidad, donde realmente haya una escucha total y concreta. Se confunde “seguir a Cristo” con “seguir al sacerdote”. Por eso, tenemos necesidad de revisarnos en la organización de nuestras parroquias para que las mismas estén centradas en el cuidado del Pueblo de Dios.

Se menciona en algún caso la falta de una secretaría parroquial operativa, con gente disponible y adaptada a las nuevas tecnologías.

Algunas comunidades con varias capillas y grupos mencionan que operativamente funcionan en lo referente a gestión, administración, formalidades (libros) y coordinación general, pero anhelan el anuncio, el encuentro personal con Cristo y de ahí al encuentro entre pares.

La Iglesia, vista desde la periferia, se parece al Estado. Se espera que la gente vaya, se la atiende de lejos, muchos requisitos y burocracia, con manejo de muchos recursos, distribuidos como les parece.

En algunas comunidades cada uno se acomoda como puede, por su lado, porque no hay una autoridad; y sucede que el que tiene el mando no lo quiere largar, no quiere ceder su puesto. Generalmente sucede esto cuando la persona lleva mucho tiempo llevando a cabo la misma responsabilidad, se apropia de ella y no la quiere dejar.

Cuesta que los jóvenes o los adultos jóvenes se sumen porque la gente que ya tiene un tiempo en la comunidad es reacia a ideas nuevas, tratan de mantener siempre el mismo esquema, las mismas formas de hacer las cosas. 

Muchas veces son los mismos laicos los que esperan siempre la opinión del sacerdote a la vez que ven ausencia de sacerdotes convocantes.

Ver la manera de que los que están a cargo, no solo los sacerdotes, sino agentes pastorales, den lugar a que otros participen bancando la tensión que inevitablemente genera la diversidad en el trabajo.

  • Eje “Formación”:  el desafío de formarnos todos para la misión común

No existe un aprendizaje en comunidad, cada movimiento se forma de manera particular.

En el ámbito educativo hace falta más formación religiosa. Así como nadie da clases y es docente con lo aprendido en la primaria, tampoco podemos crecer en la fe solo con lo aprendido en catecismo.

Para ser mejores protagonistas de la misión es necesario conocer más la palabra de Dios, capacitarse, leerla, profundizarla en comunidad.

Hay quienes consideran que por falta de estudio no tienen autoridad para cuestionar o responder a otros. Se sugiere, entonces, que la autoridad/dignidad la da el bautismo: escuchar la Palabra de Dios es lo más propio del discípulo.

La formación, el estudio, permite conocer más a Dios, y al conocerlo se lo puede amar más. La falta de formación, el desconocimiento de lo que se vive en la Misa y las gracias de los Sacramentos, nos obstaculizan el anuncio.

Insistimos que para tener esta actitud y disposición es necesario una formación en lo que implica “conducir” y liderar”.

  • Eje “Social”: el desafío de asumir el carácter integral de la evangelización

La presencia y participación de la Iglesia en las redes barriales periféricas es baja y sus referentes no sienten aliento y valoración. La parroquia, con su jurisdicción, tiene baja presencia en esos ámbitos y muchos de los laicos que prestan sus servicios lo hacen a modo de caridad.

A la pobreza real se suman, entre otras carencias, la falta de computadoras y medios para lo virtual.

Hay una necesidad de replantear el funcionamiento de algunas Cáritas para optimizar su servicio.

7. Eje “Presencia”: el desafío de ejercer nuestro rol versus las oportunidades pastorales desperdiciadas

En algunas capillas y barrios periféricos se presenta la doble realidad de la lejanía del Párroco, por un lado, y la falta de presencia pastoral de los laicos por falta de tiempo, el miedo a ser rechazados o la inseguridad de no poder dar las palabras que necesitan escuchar.

En otras ocasiones, la colaboración entre los laicos del lugar y el sacerdote permite mantener vivas manifestaciones de religiosidad popular.

Respecto del acompañamiento de los adultos mayores, se destaca que siempre hay oportunidad para llegar a los ancianos y a las personas solas, que muchas veces son dejados de lado. A ellos, particularmente, se les hace difícil la participación virtual y el manejo de la tecnología. Al mismo tiempo, se reconoce que las Misas por los medios audiovisuales o redes sociales son (y han sido) de gran ayuda para quienes  no pueden participar presencialmente.

La baja participación de los jóvenes (y los espacios para que lo hagan) se agudiza ante la falta de adultos que los acompañen. La sucesión comienza a agudizarse (los “viejos” no tenemos gente que siga la obra). Preocupa que en las Misas no se ve gente entre 25 y 50 años.

Un dato, también preocupante, de la realidad es la falta de catequistas.

Es necesario alentar a los laicos a convencerse que el primer anuncio es por medio del testimonio, aunque no se cuente con formación académica; alentar a que asuman el rol como referentes de la comunidad (no siempre debe ser el Párroco el que convoca).

Personas en situación vulnerable y jóvenes de los barrios periféricos no suelen participar de celebraciones en la parroquia, algunos por la distancia y otros por temor a sentirse discriminadas. Tampoco se sienten convocados o valorados en lo que pueden hacer, como si los pobres no fueran capaces.

  • Eje “Celebración”: los desafíos en la práctica litúrgica y la eficacia del anuncio

Los espacios de oración son oportunidades para compartir vivencias y sentires, aunque a veces se vuelven monótonos, rutinarios y sin sentido, participando unos pocos que son los asistentes fieles e incondicionales.  La experiencia de algunas comunidades que en distintos contextos se abren al mundo de hoy y actualizan sus modos, puede indicar nuevas maneras de llevar adelante las prácticas litúrgicas.

La participación de los laicos en la liturgia y las celebraciones muchas veces se ve dificultada porque son siempre las mismas personas las que se ocupan de tareas dentro de las Misas y en otras cuestiones de la Iglesia.

Las homilías deben ayudar a profundizar y descubrir el mensaje que contiene la Palabra. En muchas ocasiones [la prédica] no llega a la gente sencilla; no tiene un contenido eficaz para despertar conciencia, o no se entiende.

Los laicos (hombres y mujeres) pueden hacer mucho para aliviar los infinitos compromisos de los sacerdotes y diáconos, agobiados de trabajo (ayuda en el altar, organizar celebraciones de la palabra, etc.), pero no todos los sacerdotes dan espacio.

Varias comunidades citan que si el Cura no va, la gente no participa de las celebraciones. Y muchos fieles migran a otras comunidades. 

En varias parroquias y comunidades se conjugan personas (fieles) que son itinerantes (van y vienen), otras que “siguen a los sacerdotes”, las que permanecen y actúan en la comunidad,  y las que a pesar de permanecer no asumen compromiso alguno. Hay capillas, también, en las cuales aquellos que concurren vienen de diferentes lugares de la ciudad. Todo esto llevaría a una nueva (o al menos actualizada) definición del parroquiano, y del sentido de pertenencia.

En oportunidades (por ejemplo, en algunos ámbitos docentes), se participa de las celebraciones “por respeto” a pesar de un ritualismo acartonado. Se nota distracción, aburrimiento, poco interés y apuro porque finalice.

IV. BALANCE, DESAFÍOS Y SUEÑOS

Estamos entendiendo que todo esto es un proceso, no un momento. A la pregunta sobre qué ha resultado particularmente significativo, sorprendente y conmovedor, intentamos responder contemplando y recordando lo vivido en los encuentros y durante este camino:

  • La cercanía cómoda, sincera, humilde de nuestros pastores que confiaron, motivaron, llamaron, se sentaron en el suelo, acompañando como uno más al pueblo de Dios, dándonos pie para expresarnos y escuchar sin replicar.
  • La humilde y sincera transparencia de otros muchos sacerdotes que reconocen que no pudieron, que los sobrepasó la carga de trabajo y que han pedido ayuda a pares y laicos.
  • La actitud con que han participado nuestros Obispos, con el deseo de estar en esos espacios de encuentro y escucha, y cómo han promovido la participación. No han “bajado líneas”, sino que en este proceso más bien han escuchado y han alentado a hablar.
  • La firme, entusiasta, serena, madura presencia de adultos mayores, que están para acompañar, para iluminar, para compartir su experiencia y que siguen siendo el capital humano de fe que sostiene a muchas comunidades.
  • El disfrute del encuentro, de la charla, de la ronda, del sentirse cómodos, como “en casa”, la certeza y valor de todo lo que nos une, las ganas de compartir.
  • La capacidad de organización, gestión, disposición de tantos hermanos que pronta y servicialmente, disponen “la mesa y el mantel” para el encuentro cómodo y acogedor.

Respecto a la consutla sobre qué parece ir sugiriendo el Espíirtu a la comunidad eclesial local, especialmente a lo referente a áreas en que la Iglesia necesita sanación y conversión, tratamos de hacer una memoria contemplativa de acentos, temáticas, silencios y palabras:

  • Muchos nos ven como una comunidad triste, apática, sin rumbo”, anacrónica o desfasada en el tiempo, conservadora, aferrada a una liturgia que poco tiene que ver con la vida concreta de las personas.  Las familias no acompañan, los chicos van obligados.
  • Muchos no ven en nosotros una Iglesia misionera. Es llamativo que todavía siguen apareciendo como grandes temas de preocupación cuestiones que se refieren a cierta inmadurez de nuestras comunidades. Por ejemplo, no siempre aparece el desafío de la misión y la evangelización como el sentido y la meta urgente y necesaria, sino que muchas veces parecen ser más advertidos y preocupantes cuestiones intra eclesiásticas como los celos, las pujas por el dominio, la división entre grupos, o el clericalismo (también como deformación en el laicado).
  • Uno de los puntos de vista menos mencionados fue la autocrítica como bautizados en el compromiso y la acción en la comunidad extra eclesial. Tampoco aparece con fuerza la necesidad de desarrollar la espiritualidad.  En relación a la fuerza y la difusión en las redes sociales de la Palabra y de las celebraciones, o encuentros parroquiales o de grupos, poco se reconoció su utilidad y aprovechamiento.
  • Un área que necesita reforzarse es la de la comunicación. Muchos participantes no estaban enterados o bien informados del proceso de escucha y de participación del Sínodo, o ni siquiera sabían acerca del mismo.
  • Nos falta despertar a la conciencia y formarnos en el sentido de la crítica constructiva, y también en la capacidad para vivir en y con la diversidad.

Respecto a la pregunta acerca de qué pasos se siente llamada a dar nuestra Arquidiócesis para ser más sinodal, podemos traer desde la escucha las siguientes acciones, que diferenciamos entre aquellas de índole más particulares, y otras de alcance más general.

Particulares de parroquia/comunidad (acciones de aplicación particular)

  • Realizar visitas en los barrios y reuniones de pastoral para solucionar la falta de escucha en la comunidad y la falta de participación.
  • Buscar procedimientos y métodos para discernir juntos y tomar decisiones, y así contar con canales fluidos y eficientes de participación para la toma de decisiones dentro de la comunidad.
  • Fomentar espacios de encuentro; también pueden ser “cenas parroquiales” mensuales (para todos) con algún tema de formación.
  • Realizar la “expo carisma” dentro de la comunidad.
  • Convocar con antelación  colaboradores para distribuir los ministerios y preparar las celebraciones.
  • Hacer permanente catequesis sobre la Liturgia (de la Palabra y de la Eucaristía) para “ayudar a vivirla mejor”.
  • Entrega de cuadernillos de propuestas de educar en la fe desde niños.
  • Escuchar la realidad social. Intensificar las visitas a hospitales y personas sufrientes. Visibilizar la situación de los más débiles (jóvenes, mujeres, pobres y ancianos)

Generales/Diocesanas (acciones de aplicación general)

  • Asumir la corresponsabilidad y el compromiso de laicos y consagrados en ser Iglesia.
  • Fomentar, provocar y compartir la alegría cristiana para convocar.
  • Ofrecer formación permanente para laicos.
  • Retomar los Encuentros Zonales Diocesanos en formato presencial.

A modo de horizontes y sueños:

Seguir andando juntos. Los próximos pasos en la Arquidiócesis deben acompañar el deseo manifestado en los Encuentros Zonales de seguir en contacto entre parroquias/movimientos entre sí. También se ha señalado que, además de la voluntad de continuar encontrándonos está el deseo de que estas reflexiones no queden en simples comentarios que se registran y luego no se retoman a modo de pasos concretos. Necesitamos fortalecer una red, en la que la presencia laical sea significativa, que haga un seguimiento del camino sinodal particular de las comunidades, y que sirva de motivación permanente en ese sentido (compartir experiencias; comunicación y formación; profundización del rol y la conciencia de la misión como bautizados). Una primera manifestación en ese sentido ha sido el hehco de cumplir la promesa de compartir este documento con las comunidades participantes en los Encuentros Zonales antes de publicarlo y entregarlo al Equipo de Animación para el Sínodo en nuestro país.

Conversión. Hay hechos, situaciones y procesos que se van desarrollando y que pueden ser leídos, aun siendo algunos de ellos dolorosos, como “invitaciones” del Espíritu. Así, el Espíritu nos invita a hacer un camino juntos a partir de la creciente conciencia de conversión que se va arraigando. Distintas situaciones que nos han “explotado” en mano -algunas que podríamos llamar intraeclesiales y otras que se nos presentan como desafíos o confrontaciones desde fuera de la institución- nos van haciendo caer en la cuenta de la necesidad que tenemos de implorar la gracia entre las gracias: la conversión (de actitudes, de criterios, de posturas, de sensibilidades). Ni los ministros ordenados, ni los agentes de pastoral responsables de áreas pastorales, ni el común de los fieles, negaría la necesidad que tenemos de cambio, renovación y conversión de nuestros corazones, mentes, personas y comunidades al Evangelio y a las exigencias de esta época. Aun cuando no nos pusiéramos de acuerdo en muchos temas, sí observamos un acuerdo en la necesidad que experimentamos de buscar nuevos caminos. Desde “adentro” de la Iglesia, la necesidad de una conversión, unida a la certeza de que no puede seguir todo igual (aun cuando los intentos de cambio generan las consabidas resistencias) se nos manifiesta en cuestiones como: la escasez de sacerdotes, la deserción (una década atrás) de varios sacerdotes jóvenes, la disminución creciente de presencia de religiosos a cargo de comunidades, las consecuencias que deja la crisis de la cultura del abuso en la Iglesia, la disminución de la presencia de fieles en muchas comunidades, la falta de jóvenes, pobres y marginados en la Iglesia. 

Corresponsabilidad y subsidiariedad. El Espíritu también nos impulsa a caminar juntos como Iglesia local en la creciente conciencia de la corresponsabilidad de todo el pueblo de Dios en la misión evangelizadora. La misma escasez de ministros ordenados, por ejemplo, nos va llevando -quizá más por necesidad que por virtud- a la exigencia de delegar la animación de algunos servicios, espacios de decisión y animación, en laicos. No obstante, advertimos un riesgo: el de ver al laico como un “supletorio” de lo que no puede hacer (por escasez de recurso humano o tiempo) el sacerdote; aún cuando podría aparecer como una “misión compartida”, detrás de ello no hay un verdadero discernimiento de la vocación y el carisma propiamente laical.

Signos de aliento en la anhelada corresponsabilidad: por un lado, el llamado a crecer en la conciencia de la inmensa tarea que desarrollan especialmente las mujeres en la animación de las comunidades, en la transmisión de la fe; son las mujeres las que dan vida a las comunidades. Por el otro, vemos como aliento en la corresponsabilidad la progresiva creación de ámbitos colegiados (principalmente: los consejos pastorales) en las comunidades, especialmente en los casos en que los mismos funcionan como verdaderos ámbitos de discernimiento y animación más que como simples ejecutores de indicaciones recibidas. A nivel diocesano, vemos este mismo aliento en la existencia y funcionamiento de consejos (pastoral, presbiteral, diaconal), y en el ejercicio colegiado (escucha, consulta, diálogo) de la autoridad episcopal. 

Finalmente, acogemos la invitación a buscar una imagen que exprese nuestra experiencia local de sinodalidad.

Así como la última parte del proceso de escucha y los Encuentros Zonales se dieron en el marco (profético, y al mismo desafiante por los tiempos y la dedicación) del tiempo Cuaresmal, sentimos –próximos a la Fiesta litúrgica- que ahora estamos como en ocasión de un nuevo Pentecostés (lo cual es también profético y desafiante). La presencia de María -imagen femenina- en el Cenáculo; los apóstoles sabedores del Resucitado pero aun así encerrados y con miedo; la venida del Espíritu Santo que sopla los dones para salir y anunciar el Evangelio en varios y nuevos lenguajes y formas de comunicación; la diversidad de los que están allí encerrados, todos bautizados y creyentes de Jesús, pero inmovilizados, imposibilitados para salir de ese propio encierro. Por un lado, las ansias y el impulso por salir, y por el otro, el temor y la espera. Este es el anhelo de nuestra Iglesia en Pentecostés.

ven a nosotros Espíritu Santo,

apóyanos, entra en nuestros corazones

enséñanos el camino

muéstranos cómo alcanzar la meta