Mensaje de Navidad de Fray Carlos Alfonso
Mensaje de Navidad
Alégrense siempre en el Señor
Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense……Que la bondad de ustedes sea conocida por todos… El Señor está cerca. No se angustien por nada y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús. (Filipenses 4, 4-7)
Termina un año que bien podemos llamar “intenso” para usar una palabra quizás instalada –un eufemismo- que muchas veces intenta cubrir o disimular realidades más duras. Sí, ha sido un año “agrietado”, pero no por el paso del tiempo en la piel del rostro o las manos, sino justamente por grietas o brechas que parecieran insuperables (siembra de algunos, cosecha y negocio de otros tantos). Quizás con simplicidad de corazón podríamos o deberíamos llamarlas “nuestras heridas” y así, sin tantas prevenciones, comenzar a dialogar en serio y no debatir para la tribuna.
La Navidad nos invita cada año, todos los años, a renovar la esperanza y la alegría. San Pablo exhorta a los filipenses a alegrarse en el Señor desde la cárcel que sufre por predicar el Evangelio. No es un saludo de “escritorio” ni desde un plácido lugar de vacaciones.
Un “saludo” se destaca en este Tiempo de Navidad que nos preparamos a celebrar. Es el mensaje del Ángel a los pastores: “No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo” (Lucas 2,10). Sí: ¡Es una Buena Noticia – Evangelio para todo el pueblo!
Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre (Hebreos 13, 8); por Él, con Él y en Él renace la alegría; Él ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (cf. Juan 10,10).
Deseamos que la alegría y la esperanza de un Dios que se encarna y redime la historia llegue a los hermanos más pobres y sufrientes, a todos los que están afligidos y agobiados, a todo nuestro pueblo. ¡No estamos solos! Dios es fiel a sus promesas y desde el pesebre, Jesús, el Emanuel – “Dios con nosotros”- camina con nosotros, su pueblo, para salvarnos.
En el texto de la Carta de San Pablo a los cristianos de Filipo, el Apóstol nos exhorta: recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios.
Permítanme prolongar en sus corazones algunas oraciones y súplicas a Dios propias de las circunstancias en las que vivimos. La comunión de nuestras plegarias no rompe la intimidad del diálogo personal con el Señor, al contrario, nos permite compartir nuestros gozos y esperanzas, tristezas y angustias, revelando nuestros secretos más íntimos sin profanarlos. Me presento así junto al pueblo fiel ante el pesebre… orando, contemplando y trayendo a la memoria del corazón las cosas que se rumian en estos tiempos…
Señor Jesús, quiebra nuestra sordera, ayúdanos a escuchar el grito de los pobres, y el grito de la tierra[1].
Un tercio de nuestro pueblo vive en la pobreza, y nuestro futuro parece hipotecarse al saber que hay niños a los que se niega esa dignidad en el seno materno; también la mitad de los niños que hoy nacen en Argentina son pobres desde la cuna. La pobreza, que no ha disminuido, y la desigualdad, que sigue acrecentándose, son “un grito que atraviesa los cielos y llega hasta Dios”, como nos recuerda tu Vicario en la tierra, el Papa Francisco[2]. Que ese grito llegue también a nosotros, para liberarnos de la sordera y la ceguera que muchas veces nos vuelven impasibles e indiferentes. Entonces podremos mirarte Jesús, en el Pesebre, y ver al hermano, a la hermana. Podremos hacer carne la enseñanza de tu Siervo que Dios mediante veremos beato muy pronto, Enrique Angelelli: “poner un oído en el pueblo y el otro en el Evangelio”. Señor, sabemos que nos escuchas, ayúdanos también a escuchar, a vencer la insensibilidad, anestesiada a menudo por voces de reproche que silencian los gritos de los que sufren, voces que lejos de ayudarnos a reconocer en ellos a nuestros hermanos, terminan presentándolos como personas peligrosas y merecedoras de rechazo, apartamiento, descarte.
Ayúdanos Señor a ser constructores de la “cultura del encuentro”
En Navidad celebramos tu nacimiento “Príncipe de la Paz” (Isaías 9, 5) y en ti la justicia y la paz se abrazan (Salmo 85, 11). Porque tú eres, Señor, nuestra Paz (cf. Efesios 2, 14) y en tu Nombre –que está sobre todo nombre- queremos rechazar, siempre y en todas sus formas, la violencia porque “la unidad prevalece sobre el conflicto”. Nos preocupa –Emanuel, Dios con nosotros- constatar cómo, en nuestra sociedad, parecieran instalarse las soluciones violentas frente a los conflictos. La respuesta violenta -desde la sociedad civil, o más grave aún, desde el Estado- es lo opuesto al diálogo y la escucha para superar los conflictos. Rey nuestro que nos miras desde el Pesebre y desde la Cruz, ayúdanos a comprender que el endurecimiento de la fuerza hasta llegar al uso de la violencia no nos conducirá jamás a la justicia, sino que significará un retroceso para nuestra –ya herida- sociedad. Tú nos enseñas que la violencia puede ser el atajo más fácil frente a un conflicto, pero que nunca resolverá el problema que lo genera; al contrario, la violencia siempre se retroalimenta engendrando más violencia. Nuestro “protocolo” no es otro que el tuyo: “Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mateo 25, 40).
Señor Jesús, que a nadie falte trabajo y el pan en su mesa.
Niño de Belén, te contemplamos rodeado de pastores, y de hombres de ciencia llegados desde lejos; te contemplamos en brazos de tu Madre que has querido fuese nuestra; bajo la mirada atenta y premurosa de San José, a quien has elegido como tu padre y protector, a quien celebramos también como “obrero”. ¡Tú sabes que el trabajo digno es un reclamo histórico, no meramente coyuntural! Sabes que -por el bien de nuestro pueblo- la creación de puestos de trabajo es parte ineludible del bien común (Laudato Sí, 129). Lamentamos profundamente el cierre de industrias y empresas de trayectoria en el territorio de nuestra arquidiócesis, en nuestra sede –Bahía Blanca- y tantas ciudades y pueblos de nuestra enorme arquidiócesis ¡y del país! Nos hacemos eco de la angustia de aquellos que han perdido su trabajo y de la preocupación de muchos que ven peligrar su fuente laboral…Que los hombres de ciencia y buena voluntad sepan dar respuestas creativas. Los Magos de Oriente supieron viajar, llegar a contemplarte, desafiando las distancias y el tiempo. A veces escuchamos a los estudiosos, economistas, gente que seguramente sabe mucho: “no hay otra salida”, “no hay otro camino”… (y vamos mal Señor… ). Inspira en todos los que saben, unos y otros, vías de solución, alternativas que hagan llegar a tu pesebre cofres abiertos con sus dones compartidos: oro, incienso, mirra (techo, tierra, trabajo para los que no tienen aún hoy “lugar para ellos en el albergue” (Lucas 2, 7)
«Con Cristo, Dios se ha inyectado en la historia. Con el nacimiento de Cristo, el Reino de Dios ya está inaugurado en el tiempo de los hombres. Su nacimiento marca que Dios está marchando con los hombres en la historia, que no vamos solos, y que la aspiración de los hombres por la paz, por la justicia, por un Reino de derecho divino, por algo santo, está muy lejos de las realidades de la tierra. Lo podemos esperar, no porque los hombres seamos capaces de construir esa bienaventuranza que anuncian las sagradas palabras de Dios, sino porque está ya en medio de los hombres el Constructor de un Reino de justicia, de amor y de paz» (San Óscar Arnulfo Romero – 24/12/1977)
¡Feliz Navidad para todos! El Señor los bendiga y la Madre del Pesebre acune sus oraciones y súplicas para presentárselas a Jesús.
Yo también los bendigo y les pido me bendigan. El 2019 ya amanece… ¡que les traiga muchas cosas verdaderas, buenas, bellas! ¡cosas de Dios!
Bahía Blanca, 18 de diciembre, 2018
+Fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP
Arzobispo de Bahía Blanca
[1] “La falta de preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las decisiones es sólo el reflejo muy visible de un desinterés por reconocer el mensaje que la naturaleza lleva inscrito en sus mismas estructuras. Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad…difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza” (Laudato Si’, 95)
[2] Francisco, Mensaje para la II Jornada Mundial de los Pobres, 18 de noviembre 2018