Mensaje de Fray Carlos en el día de la Virgen de la Merced

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Bahía Blanca, 24 de septiembre, 2018
Solemnidad de Nuestra Señora de la Merced

Muy queridos sacerdotes, diáconos, seminaristas, hermanos y hermanas consagrados, y todos los que –en comunión de fe, esperanza y amor- caminamos bajo la protección de Nuestra Señora de la Merced:

A la luz de María Virgen y Madre, la Iglesia no deja de agradecer por todas las manifestaciones del «genio» femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; en definitiva, manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina (cf. San Juan Pablo II en Mulieris dignitatem n. 31).

La liturgia de la Palabra, en la Solemnidad de Nuestra Señora de la Merced, nos ofrece un bello texto del libro de Judit. En sus páginas se elogia de alguna manera ese “genio femenino”; el valiente papel de la mujer ante el dolor, la enfermedad, la necesidad, la angustia, la pobreza, la opresión, el maltrato.

Dos tentaciones se manifiestan de alguna u otra manera tanto en nuestras vidas como ante los ojos de Judit. Por un lado, la presunción de quienes podemos creernos dueños de todo y de todos (en el libro: Nabucodonosor rey de los asirios y Holofernes, obsecuente general en jefe de sus ejércitos). Por otra parte, la desesperación que puede asaltarnos ante la opresión, las amenazas de los poderosos de siempre (en la historia de Judit: los habitantes y autoridades de su ciudad que tiemblan y “fijan” a Dios un plazo de cinco días para que actúe en su favor).

Holofernes sintetiza el capricho de quienes pensamos: “¡lo quiero!, ¡entonces lo tengo!” (y si no me lo dan ¡lo obtengo cueste lo que cueste por mi propia fuerza y poder!). En aparente contrapunto los que no encontramos una salida, podemos terminar poniendo a prueba al mismo Dios que confesamos todopoderoso y rico en misericordia ¡y nos entregamos al enemigo sin condiciones!…

Pero Dios manifiesta en esta historia –una vez más- que su potencia triunfa en la debilidad. Judit es instrumento de paz, auxilio y bálsamo para el sufrimiento de su pueblo. Ella apela a la memoria y a la esperanza de su pueblo que ahora flaquea y está paralizado por el miedo. Dios es luz, Dios es fuerza para los pobres que confían en Él. Ella es consciente de su debilidad, pero también de sus talentos y dones que vienen del Señor. Por ello no renuncia a su astucia, sentido práctico, belleza ¡sin rechazar antes el recurso a la oración, el ayuno, la penitencia!

La liturgia de la Iglesia aplica a María Santísima el elogio que al final de la historia de Judit el pueblo dirige a su heroína: «¡Tú eres la gloria de Jerusalén, tú el gran orgullo de Israel, tú el insigne honor de nuestra raza! (…) Que el Señor todopoderoso te bendiga para siempre. ¡Amén!» (Judit 15, 9 – 10).

A Nuestra Señora de la Merced acudimos en todo momento, especialmente en estos tiempos que se nos presentan tan difíciles (estamos como heridos, tentados por el rencor, la revancha y el resentimiento). ¡Tiempos difíciles, sí, pero también preñados de frutos de salvación y deseos de misericordia!

El Beato Pablo VI (quien -Dios mediante- será canonizado el próximo 14 de octubre, entre otros, con el Beato Obispo Oscar Arnulfo Romero y la Beata Nazaria de Santa Teresa March Mesa, cuyas Hijas Cruzadas de la Iglesia viven en nuestra Arquidiócesis) en su exhortación apostólica Marialis cultus (cf. nn. 17 – 20) nos habla de María como la Virgen oyente que acoge la palabra de Dios; la Virgen orante que abre su espíritu en las más bellas expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza, de súplica; Virgen obediente que engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, por obra y gracia del Espíritu Santo; finalmente, Virgen oferente que nos ofrece a Jesús, fruto bendito de su vientre, víctima santa agradable a Dios, por la reconciliación de todos nosotros. Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la redención alcanza su culminación en el calvario, donde Cristo se ofreció sin mancha a Dios y donde María estuvo junto a la cruz.

Renuevo mi gratitud por la tarea pastoral que generosamente despliegan en favor del Pueblo de Dios que peregrina en esta, nuestra Iglesia particular de Bahía Blanca.

Los bendigo y abrazo en Cristo y en María de la Merced. A Ella suplicamos nos conceda -de parte de Dios- los dones que la hicieron Santa: oír, orar, obedecer, ofrecer…

+ fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP
Arzobispo de Bahía Blanca