Navidad: servir para experimentar a Jesús
Hace unos días publicamos la experiencia de Micaela. Una de las chicas que pasó la Noche Buena con los niños internados en el Hospital Penna (Bahía Blanca). En esta ocasión presentamos otro testimonio que nos muestra que salir al encuentro del hermano hace que el alma «explote de amor» y permite sentir a Jesús vivo en el corazón.
El testimonio de Eliana
“Los cristianos sentimos que cada Navidad Jesús nace en nuestro corazón, y esta navidad nació con la humildad, la fraternidad, lo sencillo. Como hermanos, fuimos por un rato una gran familia.”

Creo que todos sentimos que pasar la Noche Buena en el Hospital Penna, fue un acto de amor, de misericordia. Jamás pensé que mis emociones iban a florecer así… que un lugar que es sinónimo de enojos y tristezas iba a estar repleto de sonrisas, música y alegría. Es más, me atrevo a decir que muchos de los que compartimos la Noche Buena allí (internados y familiares, nosotros y nuestras familias) no vamos a olvidar jamás este nacimiento espiritual. Los cristianos sentimos que cada Navidad Jesús nace en nuestro corazón, y esta navidad nació con la humildad, la fraternidad, lo sencillo. Como hermanos, fuimos por un rato una gran familia.
Cuando mi hermano me propuso, meses antes, pasar la noche buena en el Penna, primero dude y después dije… “¿por qué no?” ¿Qué era lo que me hacía dudar? ¿la tradición de estar sólo con la familia biológica? Pensé inmediatamente en mi mamá y mi papa; ellos nos mostraron el camino del servicio. Inmediatamente le dije: “sí, vamos”.
Fue todo lindo: la misa del 24 nos preparó, la homilía del p. Roberto nos mostró el camino de la fraternidad y fue el envío que necesitábamos para ir acompañados del Espíritu Santo.
Ya camino al hospital Penna, la lluvia nos acompañó; primero de manera lenta y, después, con furia ¡¡¡fue hermoso!!!! Llegar a lo de Inés (la hermanita que nos esperaba y que es el nexo entre el hospital y el grupo) me terminó de ablandar el corazón, me emocionó mucho. ¡En esos abrazos descargábamos la ansiedad de lo que venía! ¡Lo que viviríamos iba a ser inolvidable! Entramos al hospital con alegría, con la esperanza de acompañar una noche rica para todos. Claro está que nosotros elegíamos pasar la Noche Buena en el hospital; los internados y sus familias, no. Ese era el desafío. Escribo y no sólo se me dibuja una sonrisa, sino que además me acuerdo del primer nene que se asomó desde terapia para recibirnos. Fue el inicio de una noche llena de sorpresas… las guirnaldas, banderines, globos, y una mesa improvisada fueron el centro de reunión ¿El menú? ¡Unos ricos sándwiches de pan y queso!
Ya pasadas las 23:30 hs. comenzamos a recorrer los pisos del hospital. Invitábamos a todos los que nos quisieran acompañar a compartir en familia la llegada del niño Jesús. Como era de esperar, muchos no se acercaron por miedo a lo desconocido, o por compartir con los mas íntimos la llegada de la navidad, o porque estaban solitos con su familiar internado… Decidimos entregar los regalos para los más pequeños. Se escucharon los primeros estruendos producto de la pirotecnia y con abrazos, muchos abrazos, y miles de sonrisas recibimos las doce, fue el regalo más lindo.
No puedo dejar de mencionar el brindis, había pacientes, pacientitos, familiares, enfermeras y médicos. Inés levantó la copa y pidió por la intención de cada uno de los que estábamos ahí. De a poco se sumaron algunas intenciones de los presentes y, con los ojos húmedos, levantamos un vaso y brindamos por la Navidad.
No creo que vivamos una Noche Buena igual. Porque lo vivido fue único e irrepetible, porque los que nos encontramos esa noche quizá no nos volvamos a ver. Pero ese momento quedó grabado en cada uno de nosotros. Por eso recomiendo a todos los que lean este testimonio que puedan tener una experiencia de servicio para que el alma se les explote de amor y sientan a Jesús vivo en su corazón.