Mensaje de la Comisión de Pastoral Social
Por un trabajo digno
Como cada 7 de agosto, muchos argentinos elevan la mirada a Dios para pedir, agradecer y soñar con un trabajo digno para todos, confiando en la intercesión de nuestro querido San Cayetano. Esta actitud creyente de tantos corazones, lejos de ser superstición alienante y sentimentalismo volátil, nos habla de la profunda esperanza, motor de la historia, con la que camina nuestro pueblo. Próximos a esta fecha tan cargada de significado, queremos compartir una reflexión sobre la centralidad del trabajo en la construcción de una Patria donde no haya excluidos. Nos inspiran, también, las palabras que el Papa Francisco dirigiera a trabajadores de Génova el pasado 27 de mayo.
En primer lugar, queremos reafirmar que el trabajo hace a nuestra dignidad como personas, porque en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida. Trabajando nos hacemos más persona, nuestra humanidad florece, y los jóvenes se convierten en adultos solamente trabajando.
Sin embargo, hoy el trabajo está en riesgo, porque cuando no se trabaja, o se trabaja mal, se trabaja poco o se trabaja demasiado, las economías familiares se alteran y el entramado social entra en crisis. El trabajo dignifica a la persona, y por eso nunca un subsidio social puede reemplazar la debida oferta de trabajo. Con estos subsidios se puede sobrevivir, pero para vivir es necesario el trabajo. Porque el trabajo, asociado a un ingreso justo, permite el acceso adecuado a los demás bienes que están destinados al uso común, en especial la educación y la salud.
Por otra parte, el empresario es una figura fundamental para un trabajo digno y para una buena economía: no hay una buena economía sin un buen empresario, sin su capacidad para crear trabajos y productos. Por eso es importante reflexionar acerca de cómo se manejan las ofertas laborales y de qué manera son sostenidas en el tiempo. Una enfermedad de la economía actual es la progresiva transformación de algunos empresarios en especuladores. Cuando sucede así, ¡cuánto mal nos hace esto, cuántas humillaciones se provocan, cuánto jugar con la necesidad de las personas! El perfil del empresario-especulador es el de aquel que puede despedir, cerrar, mover la empresa, sin crearle ningún tipo de problema; porque el especulador usa, instrumentaliza personas y medios en favor de sus objetivos de provecho. Así, la economía pierde rostro y pierde los rostros, y cuando pierde contacto con los rostros de las personas concretas, se vuelve una economía despiadada. Detrás de las decisiones del especulador no hay personas y, por lo tanto, no se ven las personas que hay que despedir y recortar.
Por eso también queremos decir que nos duelen los cierres de empresas y su secuela de despedidos, las dificultades de comercialización que hunde a las producciones regionales y empobrece a tantos pequeños productores, familias y vecinos de nuestros barrios, que sostienen su economía doméstica con su trabajo artesanal. Nos lastima el sostenido nivel de desempleo y el trabajo en negro, nos hiere profundamente la manipulación de la necesidad de supervivencia de tantos ciudadanos en aras de una insaciable codicia económica.
Queremos estar cerca y acompañar a todos los que hoy sufren angustia por la falta de trabajo y por las dificultades para sostener una vida digna para su familia. Junto a ellos no renunciamos a pensar en un país donde la economía esté al servicio del hombre y no al contrario. Donde no se promueva el fetichismo del dinero sino la búsqueda del bien común. Con el Papa Francisco rezamos: “¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos” (Evangelii Gaudium, nro. 205).
Le rogamos a San Cayetano que interceda ante el Señor por nuestro pan y por nuestro trabajo, sabiendo que pan sin trabajo es humillación, y trabajo sin pan es explotación. Por eso queremos, pan con trabajo que es dignidad, y trabajo con pan que es justicia.
Pedimos a Dios nuestro Padre que nos dio el don del trabajo, bendiga a todos los trabajadores y a quienes generan dignos puestos de trabajo.
Bahía Blanca, 4 de agosto de 2017.
Comisión de Pastoral Social del Arzobispado de Bahía Blanca